sábado, 8 de noviembre de 2014

ELECCIÓN DEL NUEVO MINISTRO PROVINCIAL (17-22 DE NOV DEL 2014)


REFLEXIÓN Y ORACIÓN EN LA ELECCIÓN DEL NUEVO PROVINCIAL Y SU DEFINITORIO

PROVINCIA FRANCISCANA DE LOS XII APOSTOLES DEL PERÚ

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que Él quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce” (Mc 3,13-16). Jesús agregó: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá” (Jn 15,16). Pero el Señor exhortó: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer” (Jn 15,5). Que,  por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento” (Mt 10,7-10). Al escuchar estas palabras del evangelio nuestro Padre Francisco se emocionó mucho.

En efecto, el 24 de febrero de 1209, estando Francisco oyendo misa en la Porciúncula, oyó leer el pasaje del Evangelio en que Jesús envió a sus Apóstoles a predicar. Después hizo que el sacerdote le expusiera más minuciosamente ese Evangelio. El sacerdote se lo explicó punto por punto; y cuando Francisco oyó que a un discípulo de Cristo no le es lícito poseer oro ni plata ni cobre, ni llevar bolsa ni alforja ni báculo para el camino, ni tener zapatos ni dos vestidos, sino que debe predicar el reino de Dios y la penitencia, se alegró grandemente en espíritu y exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica». Al punto se quitó los zapatos, lanzó el bastón que llevaba en su mano, tomó una cuerda en vez del cinturón de cuero y se hizo un vestido de tela burda, grabando sobre él la señal de la cruz. También se esforzó en cumplir con el mayor esmero y con el más profundo respeto todo lo demás que había oído en aquella misa, «pues -añade su biógrafo- nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza» (1 Cel 22; TC 25; LM 3,3-4).

Lo nuevo y característico del ideal del Hermano Menor no consistía en considerar el Evangelio como norma y regla de la vida cristiana y de la perfección moral. Ningún cristiano y menos un fundador de Orden religiosa ha podido jamás pensar de distinto modo. Todo cristiano está obligado a cumplir la ley moral del Evangelio. El Pobrecillo promete además guardar también los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad, y por ello se distingue de los demás cristianos, como los Apóstoles se distinguían de los demás discípulos de Cristo. Por eso los Padres de la Iglesia no tienen reparo en afirmar que la vida religiosa es la verdadera, la única vida evangélica y apostólica. Verdad es que esta sublime idea del estado religioso se oscureció en gran manera más tarde, debido a la relajación siempre crecientes de la vida eclesiástica.

San Pablo nos recuerda las causas de nuestra vocación franciscana: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres. Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,22-31).

El mismo Señor en su oración resaltó la forma de vida evangélica en minoridad: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,25-30). Y a los de corazón pobre Dios siempre escucha: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escucharás, pero lo digo por la gente que me rodea, para que ellos crean que tú me has enviado" (Jn 11,40-42).

En las vísperas de celebrarse un capítulo más de nuestra querida provincia me permito mencionar algunos puntos de reflexión y oración para el éxito de nuestro capitulo provincial:

1)      La urgencia de anunciar el Evangelio sin rebajas (Jn 6,67):
Jesús, luego de su resurrección, les aclaró: “Todo poder se me dio en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Les confirmó el don del Espíritu: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn 20,21-23). Los envió a los apóstoles al mundo entero, para hacer discípulos de todos los pueblos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo el evangelio y que él mismo estará acompañando en la misión hasta el fin del mundo (Mt 29, 19-20). La Iglesia hace esto presentando el Evangelio sin rebajarlo: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una letra ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19).

2)      El anuncio del escándalo de la cruz (I Cor 1,23)
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,24-27). El anuncio del Evangelio del Reino de Dios se concretiza en el anuncio de "Jesucristo, y Jesucristo crucificado" (1 Cor 2, 2). Es precisamente este escándalo de la cruz el que humilla la "soberbia" de la mente humana y la eleva para que acepte la sabiduría que viene de lo alto.
Aquí conviene tener mucho cuidado. No solo se trata de anunciar la cruz, sino de vivir el escándalo de la Cruz, caso contrario la misión no funcionará: Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les enseñan, pero no se guíen por sus obras, porque no viven lo que enseñan. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo” (Mt 23,1-4).

3)      Iglesia de mártires (Hch 1,8)
Jesús aclaró con anticipación que: “En el mundo tendrán que sufrir mucho; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Dijo también: “Yo los envío como ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre” (Mt 10,16-23),

El Cristo crucificado está íntimamente ligado a la Iglesia crucificada. Es la Iglesia de los mártires, de los de los primeros siglos hasta la de los numerosos fieles que, en ciertos países, se exponen a la muerte simplemente por ir a la Misa dominical. […] Jesús predice: "Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes" (Jn 15, 20). Por eso, la persecución es la corona de la Iglesia, es una cruz que debe envolvernos en la misión de cada día. Pero la persecución no siempre es física, existe también la persecución de la mentira: "Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí" (Mt 5, 11).

4)      En medio de las dificultades ser testigo de la verdad (Jn 14,6)
Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32). El mismo Señor los consagró en la verdad a sus apóstoles. “Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad. Tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,17-19). De modo que, este es el gran reto que tenemos como hermanos menores y eso es lo que nuestro Padre San Francisco nos plantea cuando nos dice: La regla y vida de los Hermanos Menores es esto: Vivir el santo evangelio se nuestro Señor Jesucristo” (RB I).

5)      Ser promotores del don de la fe (Lc 17,5)
El padre del muchacho endemoniado le dijo: "Señor, ten piedad de mi hijo, que está poseído y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar. Jesús respondió: ¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí. Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese demonio? Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: Trasládate de aquí a allá, y la montaña se trasladaría; y nada es imposible para quien cree y tiene fe"(Mt 17,15-20). La fe como don de Dios hay que pedírselo con mucha convicción como aquel otro padre del muchacho endemoniado. Jesús le preguntó al padre: “¿Cuánto tiempo hace que está así? Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos. ¡Cómo es eso que si puedes...!, respondió Jesús. Todo es posible para el que cree y tiene fe.  Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, pero aumenta mi fe" (Mc 9,22-24).

La base de la misión encargada es la fe y la fe devota se mantiene viva gracias a millones de fieles sencillos que están lejos de ser llamados teólogos, pero quienes, desde la intimidad de sus oraciones, reflexiones y mantienen una fe viva, por eso pueden dar profundos consejos a sus religiosos, hermanos menores. Son ellos los que "destruirán la sabiduría de los sabios y rechazarán la ciencia de los inteligentes" (1 Cor 1, 19). Esto quiere decir que cuando el mundo, con toda su ciencia e inteligencia, abandona el logos de la razón humana, el Logos de Dios brilla en los corazones simples, que forman la médula de la que se nutre la espina dorsal de la Iglesia santa (Ef 5,27).

ORACIÓN PARA EL ÉXITO DEL CAPITULO PROVINCIAL (17-22 de Noviembre del 2014)

Oh Señor, aquí estamos, reunidos en tu Nombre. Toda la Provincia franciscana de los XII Apóstoles del Perú ven a nosotros y permanece con nosotros. Dígnate penetrar en nuestra sabiduría y entendimiento para saber discernir según tu voluntad sobre el futuro y la misión de nuestra Provincia.

Enséñanos lo que hemos de saber y hacer, por dónde debemos caminar, y muéstranos lo que debemos practicar para que, con tu ayuda, sepamos agradarte en todo. Sé Tú la único motivación de nuestras decisiones; Tú, el único que, con Dios Padre y su Hijo, posees un nombre glorioso, no permitas que quebrantemos la verdad y la justicia, Tú, que amas la suprema equidad: que la ignorancia no nos arrastre al desacierto; que el favoritismo o interés personal no nos permita desviarnos de tu voluntad; que no nos corrompa la acepción de personas o de cargos. Por el contrario, únenos eficazmente a Ti, sólo con el don de tu Gracia, para que seamos uno en Ti.

Lo mismo que estamos reunidos en Tu nombre, así también, haz que mantengamos en todo la justicia, moderados por la piedad, para que, hoy, nuestras opiniones en nada se aparten de Ti, y, en el futuro, obrando rectamente, consigamos los premios eternos. Amén.
V/ Santa María. R/ Ruega por nosotros

ORACIÓN PARA LA ELECCIÓN DEL NUEVO PROVINCIAL

Señor Jesucristo, Tú eres el Buen Pastor, y nunca descuidas tu rebaño. Tú nos diste vida para que podamos vivir, y nombraste pastores según tu corazón para guiar a tu pueblo con la palabra y con el ejemplo para igualmente entregarse por amor. Te damos gracias por el ministerio del Ministro provincial saliente y por su servicio a la Iglesia y al Perú. Te pedimos que ahora le des un período de fecundo descanso y oración, de gratitud y alabanza.

Te pedimos, Señor Jesús, con el Padre, que envíes al Espíritu Santo a nuestra Provincia Franciscana de los XII Apóstoles del Perú una vez más. En particular, guía a los hermanos capitulares quienes ejercerán el deber y el privilegio de elegir a un nuevo Ministro Provincial. Guía sus deliberaciones y decisiones con sabiduría divina e intuición Santa.

Señor Jesús, da al nuevo Provincial, que sea elegido, abundancia de santidad y fortaleza, para llevar a cabo la misión que le encomendarás. Que tu Palabra reine en su vida, y que todas sus palabras y acciones encaminen a la Provincia hacia ti, supremo y eterno Pastor, y único mediador entre Dios y la humanidad, y que María Santa, la Reina Inmaculada de la Iglesia lo guíe, que el Pobrecillo de Asís sea su luz y la fuerza de tu Espíritu lo cubra con su Santo amor. Porque tú vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


"Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de los dos elegiste para desempeñar el ministerio del apostolado, en el cargo del Ministro Provincial" (Hch 1,24-25): X… o Y…?


viernes, 15 de agosto de 2014

LA FE DE LA IGLESIA CATOLOCA

LA FE CATÓLICA

¿QUIEN ES ESE DIOS EN QUIEN CREEMOS? (Mt 28,19)

 “Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño” (1 Cor 13,11-12). Asi que: “Dejemos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error” (Ef 4,14). “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán de sus calumnias los que difaman el buen comportamiento de ustedes como creyentes en Cristo” (1 Pe 3,15-16).

CREO EN DIOS. “Nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,4).

PADRE TODO PODEROSO. “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Lc 18,27).

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA. “En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra” (Gen 1,1).

CREO EN JESUCRISTO. “El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es” (Heb 1,3).

SU ÚNICO HIJO. “Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Único, para que todo aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

NUESTRO SEÑOR. “Dios lo ha hecho Señor y Mesías” (Hech 2,36).

QUE FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo descansará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios” (Lc 1,35; Mt 1,20).

NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN. “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel (que significa “Dios con nosotros”)” (Mt 1,22-23; Lc 2,7).

PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO. “Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro” (Jn 19,1-2).

FUE CRUCIFICADO. “Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado lugar de la Calavera (o que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos” (Jn 19,17-19).

MUERTO Y SEPULTADO. “Jesús gritó con fuerza y dijo: -¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió (Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie (Lc 23,53).

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS. “Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era, volvió a la vida. Y como ser espiritual, fue y predicó a los espíritus que estaban presos” (1Pe 3,18-19).

AL TERCER DÍA RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS, “Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día” (1Cor 15, 3-4).

SUBIÓ A LOS CIELOS, Y ESTA SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODO PODEROSO. “El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16,19).

DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS. “El nos envió a anunciarle al pueblo que Dios lo ha puesto como juez de los vivos y de los muertos” (Hech 10,42).

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO. “Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (Rom 5,5).
LA SANTA IGLESIA CATÓLICA. “Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).

LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS. “Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos” (Ap 7,9).
EL PERDÓN DE LOS PECADOS. “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados” (Jn 20,23).

LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE. “Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales” (Rom 8,11).

Y LA VIDA ETERNA. “Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos los siglos” (Ap 22,5).

AMEN. “Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).



sábado, 5 de julio de 2014

VALE LA PENA DECIR SI AL SEÑOR

PROVINCIA FRANCISCANA DE LOS XII APÓSTOLES DEL PERÚ


FELICITAMOS A NUESTROS HERMANOS QUE EL DÍA DOMINGO 29 DE JUNIO SE ORDENARON COMO NUEVOS MINISTROS EN LA CIUDAD DE LIMA, PERÚ:

A) Ordenación diaconal: "Señor, tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos hijos elegiste para desempeñar el ministerio de diaconado” (Hch 1,24):

Fray Edwin Chambi Colquehuanca OFM.

Fray Wilfredo Achahuanco Mamani OFM.

 B) Ordenación sacerdotal: “Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec” (Heb 5,6):

Fray Eduardo Herrera Camizan OFM.

 Fray Javier Mamani Quispe OFM.

Pedro le dijo a Jesús: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por el Evangelio, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna” (Mc 12,28-30). Muchos saludos desde Tacna para c/u de Uds.


EL EVANGELIO QUE INSPIRÓ A FRANCISCO SEGUIR A JESÚS SIN NADA PROPIO:

A los Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: "No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ellas. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad. Les envío como cordero en medio de lobos” (Mt 10,5-16)


El 24 de Febrero del año 1209 en Porciúncula se leía en la iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia (40), al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica». Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza. (ICel 9,22).

sábado, 21 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO




DOMINGO DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - A (22 de Junio del 2014)

Proclamación del Evangelio según San Juan 651-58:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". Los judíos discutían entre sí: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?" Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el señor Paz y Bien.

Recuerdan Uds. aquella escena en que Juan muy bien lo define: “La palabra de Dios se hizo carme” (Jn 1,14).  Y Cuando Jesús nació y los reyes venidos del medio oriente preguntaron “Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Herodes y todo Jerusalén al oír esta noticia se alborotó” ( Mt 2,2-3). U Otro episodio cuando mismo Jesús dijo: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad” (Jn 6,38). Todos quedaron escandalizados y dijeron: “pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús! Entonces qué está hablando este” (Mt 13,55). Hoy nos encontramos con otra resistencia. Cuando Jesús dijo “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió aquella palabra que el Ángel dijo a Marìa: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37)

Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino: Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde. "Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete". Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento". Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne, que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mt 26,26-29). Pero el evangelio de este domingo en la fiesta del corpus Christi es tomado según San Juan que tiene los siguientes detalles.

El evangelio de este domingo (Jn 6,51-58) contiene siete afirmaciones de invitación a COMER. ¿Què significa comer? significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Con quien nosotros nos hacemos una sola cosa. Pero ni una sola afirmación comer se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay una nueva luz, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio de la comunión:

La primera es una afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en Uds” (Jn 6,53).

La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54).

Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”(Jn 6,55).

La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”(Jn 6,56).

La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”(Jn 6,57). La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados,  ellos murieron”(Jn 6,58).

Séptima afirmación, la última, la más vibrante, termina haciendo una distinción del pan material y el pan de la vida eterna: “Ellos murieron al comer el mana, pero, “el que coma de este pan vivirá para siempre”(Jn 6,51).

Como ya hemos dicho, las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Cada vez que comulgamos nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Usted no puede decir que desayunó simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunó. No Usted tiene que coger el pancito y tiene que comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarla. Hay que encarnarlo. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros. No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mí y yo en Él’. Con razón dice San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20).

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre: nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre. El hombre está hecho para vivir en, con, por, e inclusive de Jesús. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.


Dios es amor (IJn 4,8) y en el domingo anterior se nos ha dicho: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en el èl” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía. Convertirse en pan sin necesidad de panaderos porque de ello hace el Espíritu santo y darse a comer como pan y carne. Todo ello, ¿qué significa sino que Jesús no vive para sí sino que vive para que todos tengamos vida eterna. Pero pensar que Dios se hace pan y se hace carne para que podamos comerlo, realmente es todo un exceso de amor y de entrega. El pan no sirve para nada si no es para que lo comamos. El pan no es para sí mismo ni para guardarlo. El pan es siempre para los otros. La carne no es para sí misma, es para que otros puedan alimentarse.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

viernes, 6 de junio de 2014

Pentecostés

PENTECOSTES, FIESTA DEL ESPÍRITU SANTO

¿Quién es ese Dios en quién creemos? En el credo de nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, es la tercera Divina Persona de la Santísima Trinidad. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381).

Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el Espíritu es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu entendemos el misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios Padre.

Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe; los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con Dios y los demás.

El Espíritu Santo guía al Papa, a los obispos y a los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar la doctrina cristiana, dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos. Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos, enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos, socorrer a los necesitados.
a) En el AT. En la cultura hebrea el Espíritu se conoce como la Ruah (aliento) y en el NT. En la lengua griega se conoce como Pneuma es el de aire, respiración, aliento; y puesto que todo esto es signo de vida, los dos términos significan vida, alma, espíritu. Así pues, Espíritu es una realidad dinámica, innovadora, creadora; es símbolo de juventud, de viveza, de renovación.

En el Antiguo Testamento, la ruah  va siempre unida a un genitivo de especificación: “El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Gn1,2). “Dios creo al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y hembra los creó (Gn 1,27). “Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida” (Gn 2,7). Como es entenderse, generalmente va referido al hombre, a la naturaleza, a Dios; estos significados están presentes indiferentemente en las diversas épocas históricas. Cuando ruah se relaciona con la naturaleza, el significado más ordinario es el del soplo del viento; cuando se refiere al hombre, designa el aspecto vital, esencial del hombre: la ruah va ligada al hombre como alma, espíritu, bien a nivel psicológico (sentimientos, emociones) o bien a un nivel más profundo (centro de su espiritualidad). Ruah significa el carácter vivaz y dinámico del ánimo humano (llamado también nefesh, en su individualidad); ruah sería además la intimidad del hombre, algo así como su corazón. El Espíritu, tanto cuando se refiere a  la naturaleza como cuando se dice del hombre, remite siempre, sin embargo, a una realidad divina y misteriosa: por eso, la ruah es siempre ruah Yahveh, soplo de Dios. Espíritu es la característica del mundo divino:

Lo físico es carne y sujeto a la caducidad, mientras que el Espíritu divino es vida, fuerza, superación del tiempo y del límite (I Cor 15,47-49). Aunque en pocos casos el Espíritu de Yahveh, Dios recibe en el Antiguo Testamento el apelativo de Santo (el Espíritu Santo). El primer diálogo entre Dios y el mundo tiene lugar en la creación (Gn 1,2; 2,7); en efecto, él da forma al mundo, dispone ordenadamente las fuerzas naturales, es creador de los seres animados; al contrario, la muerte significa el retorno del Espíritu a Dios (Stg 2,26). Pero el Espíritu es protagonista de la historia de la salvación como guía y revelador (Is 11,1-3). Los autores esquematizan diversos modos de la manifestación histórico-salvífica del Espíritu, donde podría trazarse una línea divisoria coincidente con el destierro en Babilonia. Antes de aquel suceso se pueden conjugar sucesivamente o de una manera interdependiente una fase carismática, profética y real, y en el período posterior al destierro una fase mesiánico-escatológica, que en ciertos aspectos recoge también las fases anteriores. Hay textos muy importantes, como (Is 11,2), que marcan cierto progreso en la evolución de la pneumatología del Antiguo Testamento; los poemas del Siervo de Yahveh atribuyen al Espíritu, que era considerado siempre como propio del Señor, al Mesías en términos personales, individuales: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza para nuestro Dios; a consolar a todos los que están de duelo, a cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza” (Is 61,1-3). Es decir, todo el Espíritu reposa sobre su Mesías. El Espíritu le da al Mesías la función profética (proclamar el derecho) y la real-carismática (traer la justicia y la liberación), Pero como el mesianismo del Antiguo Testamento no está ligado solamente a la figura individual del Mesías, sino que todo el pueblo constituye una comunidad mesiánica, entonces el Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne (Jl 3,1-2).

En el Nuevo Testamento, mismo Dios por el ángel Gabriel dice a la virgen María: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). Cuando Jesús se bautizó en el Jordán: “El espíritu santo bajó sobre y se manifestó en forma de paloma, una voz del cielo llego y dijo: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22). Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). Jesús respecto a su audiencia dice: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6,63). Ahora, a ese espíritu que actúa por la Palabra se vendrá y cumplirá su turno: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Pero siempre que cumplamos sus mandamientos (Jn 13,34). Jesús cumpliendo con el encargo del Padre (Jn 6,38) y al final de su vida Jesús exclama: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu y dicho eso murió” (Lc 24,46). Jesús resucitado y sin reserva concede a sus discípulos el don del Espíritu: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". (Mt28, 16-20; Mc 16, 14-18; Hch 1, 8) Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Ahora, “en adelante, el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,23).

Como es entendible, en los umbrales del Nuevo Testamento nos encontramos con una fecunda identificación entre el Espíritu y la Sabiduría. Cuando pasamos a considerar al Espíritu Santo en la revelación neotestamentaria, hay que tener presentes algunas premisas metodológicas que guían continuamente su lectura. En el Nuevo Testamento se habla del Espíritu Santo siempre en relación con Jesús, el cual nos revela al Padre y nos revela y da el Espíritu en abundancia. Por eso, el acontecimiento cristológico es un acontecimiento pneumatológico, pero como el acontecimiento cristológico es escatológico (Mc 1,14- 15), dado que el Espíritu Santo está siempre ligado a Jesús, también el Espíritu es una realidad de los últimos tiempos, y el acontecimiento pneumatológico es, por tanto, siempre una realidad escatológica: han llegado los últimos tiempos, porque el Espíritu Santo ha sido derramado sobre Jesús. Por eso Jesús es el hombre del Espíritu, el carismático por excelencia; ahora da sin medida el Espíritu que recibió sobre toda medida y que sigue descansando establemente sobre él. La suya es por completo una existencia pneumática; y aunque la Pascua representa el acontecimiento central de la efusión del Espíritu, hasta el punto de que antes de Pascua parece más bien que es Jesús el que recibe el Espíritu, habrá que reconocer que, si de hecho el acontecimiento cristológico es ya acontecimiento escatológico desde el primer momento, la acción del Espíritu sobre Jesús y el don que Jesús nos hace de él no son acontecimientos que puedan dividirse temporalmente.

El eón de Cristo se inaugura con la irrupción del Espíritu; el kairós de Cristo es también kairós del Espíritu y de la Iglesia (aun teniendo presentes los diversos acentos redaccionales-literarios de los autores neotestamentarios). La relación Espíritu-Cristo podría comprender entonces, según algunas opciones metodológicas de nuestros días, la lectura de dos momentos distintos: Jesús recibe el Espíritu - Jesús da el Espíritu. Considerando en primer lugar la relación Espíritu-Jesús, es preciso señalar algunos rasgos particulares que definen su existencia como existencia en el Espíritu:

- El bautismo de Jesús, vinculado con la bajada del Espíritu Santo, representa una investidura, una capacitación: Jesús es ungido, es decir, impregnado y poseído por el Espíritu Santo (Hch 10,38); el Espíritu reposa establemente sobre él, permanece en él lo mismo que la Gloria de Dios descansaba sobre la tienda de la reunión (Jn 3,34-36).
- El Espíritu está luego con Jesús en la lucha contra el mal, para que él pueda liberar a los hombres del poder de Satanás, espíritu del mal. El Espíritu es el protagonista de la obra evangelizadora de Jesús (Lc 4,141 5). El Espíritu es el motor de la oración de Jesús, la condición de posibilidad de su relación filial con el Padre.

Pasando luego a considerar la relación Cristo-Espíritu, aunque es evidente que ya el Jesús terreno está lleno de Espíritu, toda la atención se dirige hacia la hora de Cristo como manifestación del Espíritu y su entrega sin medida (Jn 3,34-36). La promesa de los ríos de agua viva que brotan de su seno (Jn 7 37-39) se refiere entonces a su glorificación, donde la Pascua es también la hora del Espíritu; en efecto, la muerte de Cristo que es entrega de su Espíritu (Jn 19,30) se relaciona con la transfixión de su costado (Jn 19,34ss), donde la «sangre y el agua" recuerdan precisamente al Espíritu Santo. El don pascual del Espíritu (por limitarnos a la perspectiva de san Juan) se comunica también como don de la vida nueva a los discípulos para que perdonen los pecados, en la formación de la fe pascual. Cuando se habla luego de la relación Espíritu-Iglesia, las perspectivas se amplían más aún y tenemos, además de la visión de Juan, la visión lucana de los Hechos de los apóstoles, donde el Espíritu Santo es el artífice de la Iglesia y el gran director de la misión evangelizadora. La perspectiva paulina es la de presentar al Espíritu Santo como Espíritu de Cristo en el que el genitivo no es tanto calificativo como posesivo instrumental, es decir, el Espíritu de Dios que está en Cristo y que actúa mediante Cristo. La cristicidad del Pneuma no lo convierte sin embargo en una función de Cristo, ya que el Espíritu es siempre Espíritu de Cristo (Gál 4,69), pero también Espíritu de Dios (Rom 8,14). El misterio pascual revela que el Espíritu de Dios es principio constitutivo de Cristo y, puesto que lo pone en el mismo plano de Dios, el Espíritu Santo tiene que ser considerado como un ser distinto personal. ¡Estamos entonces muy cerca de la figura del misterio trinitario!

b) La reflexión de la fe creyente llega gradualmente a una doctrina sobre el Espíritu Santo, dentro del contexto de la dimensión soteriológico-cristológica que prevalece en los primeros siglos. Una vez resuelta la crisis arriana y una vez definida la divinidad de Cristo (homoousios), había que responder a las herejías que surgían respecto al Espíritu Santo (macedonianos, pneumatómacos) (por el año 360), viéndolo en sentido subordinacionista, como una criatura del Logos o bien como un ser intermedio entre Dios y el mundo. El análisis estructural de la definición del concilio de Constantinopla aclara los atributos del Espíritu Santo: es el Señor (el mismo apelativo que se concede también a Yahveh y a Jesús), da la vida de los hijos de Dios (zoopoiós), es decir, santifica, diviniza, es co-adorado y co-glorificado, procede del Padre, aunque no se precisa la relación Hijo-Espíritu (DS 150). Evidentemente, el argumento principal para afirmar la divinidad del Espíritu Santo fue el soteriológico, lo mismo que ocurrió en el concilio de Nicea por obra de Atanasio: si somos rescatados y divinizados por el Espíritu, es porque el Espíritu Santo es Dios. La innuencia de los padres capadocios en Oriente se hizo sentir en el concilio de Constantinopla y en la especulación griega posterior que estará siempre marcada por el equilibrio entre la reflexión sobre la Trinidad en sí misma y su manifestación histórico-salvífica.

- Por eso, el Espíritu Santo es considerado en la pneumatología griega como principio personal de divinización de la criatura, que en la fuerza del Espíritu vuelve al Padre. En esta visión el Espíritu Santo se identifica con la fe misma, con la inteligencia de la Escritura, orientando el comportamiento ético de los hombres hacia la comunión con Dios. El Espíritu Santo no constituye para los Padres griegos una teología docta, sino el horizonte mismo de inteligibilidad del misterio cristiano como misterio de salvación. La pneumatología latina se resiente del planteamiento general que se da a la explicación de la Trinidad, que, como es bien sabido, tiende a salvaguardar ante todo la unidad de Dios. El modelo representativo latino ha sido comparado con un círculo: el Padre engendra al Hijo, el Espíritu Santo es el amor mutuo del Padre y del Hijo, con lo que en el Espíritu se cierra la Vida trinitaria. Al ser el Espíritu Santo el don mutuo del Padre y del Hijo dentro de la Trinidad, se precisó ante todo en qué sentido se habla de la procesión del Espíritu y en qué sentido la relación de spiratio passiva constituye la persona del Espíritu Santo. Se pasó luego a considerar al Espíritu Santo en su manifestación ad extra, subrayando su función de actualización y realización de la obra de Cristo en la gracia y en los sacramentos, pero con el riesgo de no identificar la originalidad de la misión del Espíritu Santo más que en lo que se refiere al tema de la inhabitación de la Trinidad en el hombre, apropiada al Espíritu Santo. De hecho, tan sólo el tratado sistemático De gratia, además -como es lógico- del De Trinitate, ha desarrollado la dimensión pneumatológica.

c) El rol del Espíritu Santo desde Pentecostés la Iglesia: ¿Quién es el Espíritu Santo?
"Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12,3) Muchas veces hemos escuchado hablar de Él; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y lo hemos invocado. Piensa cuántas veces has sentido su acción sobre ti: cuando sin saber cómo, soportas y superas una situación, una relación personal difícil y sales adelante, te reconcilias, toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta haces algo por el otro…. Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es nada menos que la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita dentro de ti.

El Espíritu Santo ha actuado durante toda la historia del hombre. En la Biblia se menciona desde el principio, aunque de manera velada. Y es Jesús quien lo presenta oficialmente: "SI ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Defensor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…. En adelante el Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis palabras. … En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá a ustedes. Pero si me voy se lo mandaré. Cuando él venga, rebatirá las mentiras del mundo…. Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando Él venga, el Espíritu de la Verdad, los introducirá en la verdad total". Estos son fragmentos del Evangelio de San Juan, capítulos 14, 15 y 16. Si quieres saber más sobre las últimas promesas y más profundas revelaciones de Jesús, lee con atención y mucha fe, esta parte del evangelio.

Desde que éramos niños, en el catecismo aprendimos que "el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es esta la más profunda de las verdades de fe: habiendo un solo Dios, existen en Él tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Verdad que Jesús nos ha revelado en su Evangelio. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.

 Formas de llamar al Espíritu Santo

EL PARÁCLITO: Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado. El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación. Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones. Cada vez que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo:

SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término hebreo utilizado por el Antiguo Testamento para designar al Espíritu es "ruah", este término se utiliza también para hablar de "soplo", "aliento", "respiración". El soplo de Dios aparece en el Génesis, como la fuerza que hace vivir a las criaturas, como una realidad íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Desde el Antiguo Testamento se puede vislumbrar la preparación a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación; que la realiza por medio de su Palabra, su Hijo; y mediante el Soplo de Vida, el Espíritu Santo.

La existencia de las criaturas depende de la acción del soplo - espíritu de Dios, que no solo crea, sino que también conserva y renueva continuamente la faz de la tierra. (Cf. Sal 103/104; Is 63, 17; Gal 6,15; Ez 37, 1-14). Es Señor y Dador de Vida porque será autor también de la resurrección de nuestros cuerpos:

"Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes" (Rom 8,11). La Iglesia también reconoce al Espíritu Santo como:

SANTIFICADOR: El Espíritu Santo es fuerza que santifica porque Él mismo es "espíritu de santidad"(Is. 63, 10-11). En el Bautismo se nos da el Espíritu Santo como "don" o regalo, con su presencia santificadora. Desde ese momento el corazón del bautizado se convierte en Templo del Espíritu Santo, y si Dios Santo habita en el hombre, éste queda consagrado y santificado. El hecho de que el Espíritu Santo habite en el hombre, alma y cuerpo, da una dignidad superior a la persona humana que adquiere una relación particular con Dios, y da nuevo valor a las relaciones interpersonales. (1Cor 6,19) .

La simbología del Espíritu Santo 

El Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
La Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
El Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
La Nube y la Luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
El Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

El Espíritu Santo y la Iglesia: Hay diferentes dones pero un único espíritu (I Cor 12,4)

"Uds fueron rescatado del pecado por la sangre preciosismo del Cordero, sin mancha y sin defecto, sean santo" (I Pe 1,15-18). "Dios quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga, defecto, sino santa en inmaculada" (Ef 5,27). El espíritu tiene la función de santificar a la Iglesia y lo hace de modo particular por los sacramentos; así por ejemplo gracias al Espíritu santo, la Santa Misa no es un mero recuerdo de la última cena sino la misma celebración de Cristo Jesús con sus apóstoles (Mt 26,26; Lc 22,19-20). La Iglesia nacida con la Resurrección de Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas distintos" , (Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad anunciada por Cristo en su Evangelio. La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que "estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,4). Una semana antes, Jesús se había "ido al Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su segunda y definitiva venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida a la Iglesia, quien la guía y la conduce hacia la verdad completa. Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: "…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20).

El Espíritu Santo y la vida cristiana

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo (Rom 8,9.11; 1Cor 3,16; Rom 8,9). Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros. El don del Espíritu Santo es el que: nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar; nos permite conocerlo y amarlo; hace que nos abramos a las divinas personas (Padre, Hijo) y que se queden en nosotros. La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios. (Gal 5,13-18; Rom 8,5-17). Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:

 -Sabiduría: nos comunica el gusto por las cosas de Dios.
- Ciencia: nos enseña a darle a las cosas terrenas su verdadero valor.
- Entendimiento: nos da un conocimiento más profundo de las verdades de la fe.
- Fortaleza: nos da fuerza y confianza en tiempo de prueba y adversidad.
- Consejo: nos ayuda a resolver con criterios cristianos los conflictos de la vida.
- Piedad: nos enseña a relacionarnos con Dios como nuestro Padre y con nuestros hermanos.

- Temor de Dios: nos impulsa a apartarnos de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.

domingo, 20 de abril de 2014

RESUCITÓ ALELUYA


DOMINGO DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9:

El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró. Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados. El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó. Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos! PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

“Salúdense los unos a los otros con el santo beso. De nuestra parte les saludamos así: La gracia de Cristo Jesús, el Señor (Resucitado), el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (II Cor. 13,12-14). Queridos amigos(as), hoy les saludamos con esta invocación solemne, deseándoles una feliz pascua de resurrección del Señor.

El Evangelio leído en esta fiesta de las fiestas podemos titular con este anuncio: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí. Resucitó. Acuérdense de lo que les dijo cuando todavía estaba en Galilea: el Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará.” (Lc 24,5-7).

La experiencia pascual que significa: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Y sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,1;3). Es la puesta en práctica de todo lo que dijo e hizo.

Dijo ya Jesús: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16,28) ¿Por qué vino y a qué vino Jesús? Vino porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 33,11). El hijo tiene esa misión: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que quien cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque, Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Por eso Jesús siempre ha dicho: “Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor que da su vida por las ovejas". En el afán de cumplir su misión Jesús dio su vida: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también el Hijo del hombre será levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna” (Jn 3,14). “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29-29).
               
En este Domingo de la pascua de resurrección conviene reflexionar con detalles este episodio de (Jn. 20, 1-9).

 En primer lugar: María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2).Notemos los movimientos de María Magdalena destacando la figura de la mujer en el anuncio de la Buena Noticia (La tumba vacía, Jesús resucitado): María muy madrugada: “Va al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1).  Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por aquel que vio morir en la cruz. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

María una vez descubierta la puerta movida “corre” enseguida porque presupone que el cuerpo del señor no está porque no entró a la tumba y va a informarles a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a). Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

Nótese que María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b). A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él.

He aquí un ejemplo para imitar en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).

 En segundo lugar: Los dos discípulos corren hacia tumba vacía fuente de información de la Buena noticia (20,3-10). Según el evangelista Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2). Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

“Se encaminaron al sepulcro” (20,3). La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

“El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4). El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama? “Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5) El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

“Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7). Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7).  Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo y darse el tiempo para dejar en orden las cosas.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto o ayudado por otros (Jn.11,42-44). Lo que significa a diferencia de la resurrección de Lázaro, Jesús rompió las ataduras de la muerte.

Desde luego que la tumba vacía y las vendas no son una prueba de la resurrección, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo. En cambio el discípulo amado “Entró... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9) El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que creen sin haber visto” (v.29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad por cuanto el Señor ya los anticipó del hecho (ver también 1,26; 7,28; 8,14). Así pues, la asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31).

En tercer Lugar: En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo. En la mañana del Domingo la única preocupación de los “tres discípulos del Señor” –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, pero ¿dónde lo buscan? Buscan a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama. Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en la pascua de nuestra vida.

NOTA: Jesús tiene naturaleza divina como el Padre. Cristo se las da de Dios. Cristo afirma que Él es Dios: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,28-29). Además los milagros que hacen lo demuestra que si es Dios: “Ellos quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atadas con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar” (Jn 11,41-44).

La gran prueba de la divinidad de Cristo es su propia resurrección. Cristo profetizó que al tercer día resucitaría, para demostrar que era Dios (Mc 10,33). Para estar seguros de la resurrección de Cristo, primero, tenemos que estar seguros de que murió. Si no murió, no pudo resucitar. Y tenemos cuatro clases de testigos de que Cristo murió en la cruz.

1)  Para LOS VERDUGOS: JESÚS ESTA MUERTO. (Jn 19,33): Los verdugos sabían que Cristo estaba muerto, porque cuando fueron a rematarle, a partirle las piernas, no lo hicieron. A los crucificados les partían las piernas con una maza de madera o de hierro, para que al partirle las piernas, el crucificado no pueda apoyarse en el clavo de los pies, y al quedar colgado de los brazos, los brazos tiran del diafragma, el diafragma oprime los pulmones y se asfixia. Cuando van a rematar a Cristo, lo ven muerto y no le parten las piernas. En opinión de los verdugos, que estaban muy acostumbrados a crucificar, y sabían muy bien cuándo un hombre está muerto, Cristo está muerto. En opinión de los verdugos Cristo estaba muerto en la cruz.

2) Para la AUTORIDADES: Cristo estaba muerto . (Mc 15,44-45): Cuando Nicodemo y José de Arimatea van a pedirle a Pilato permiso para llevarse el cuerpo de Cristo, Pilato se extraña de que Cristo esté muerto tan pronto, y no concede el permiso sin recibir el aviso oficial de que Cristo está muerto. Así lo cuenta San Marcos. Sólo entonces, concede el permiso a Nicodemo y a José de Arimatea para que se lleven el cadáver de Cristo. Según la ley romana los familiares y amigos tenían derecho a llevarse el cadáver del ajusticiado para darle sepultura. Por lo tanto, oficialmente, Cristo está muerto.

3) Para los ENEMIGOS, Cristo estaba muerto. (Mt 27,62-66): Porque los fariseos, con el trabajo que les costó llevar a Cristo a la cruz, ¿podemos pensar que permitieran que se llevaran el cadáver sin estar seguros de que Cristo estaba muerto? Ellos sabían que Cristo había profetizado que al tercer día iba a resucitar (Mc 10,33). Para evitar que nadie se llevara el cadáver y simulara una resurrección, pusieron una guardia a la puerta del sepulcro (Mt 27,63-65).

¿Cómo los fariseos iban a dejar que bajaran a Cristo de la cruz todavía vivo, para que se curara y volver a empezar la historia? ¡Con el trabajo que les costó que Pilato les permitiera crucificar a Cristo, después de que repetidas veces manifestó que Cristo era inocente y que no encontraba culpa en Él! Por fin ellos lograron atemorizarle amenazándole con denunciarle al César, pues Cristo era un revolucionario que sublevaba al pueblo. Al fin, Pilato, sin estar convencido de la culpabilidad de Cristo, les permite que lo lleven a la cruz. Los fariseos no podían permitir que la historia volviera a empezar. Los fariseos tuvieron mucho cuidado de que a Cristo no le descolgaran hasta que estuviera totalmente muerto. Cuando los fariseos permiten que bajen a Cristo de la cruz y lo entierren, es porque los fariseos sabían que Cristo estaba muerto. Allí no había nada que hacer, porque Cristo estaba muerto. En opinión de los fariseos, Cristo estaba muerto.


 4) Para los AMIGOS, Jesús está muerto (Mc 15,47): ¿Cómo es posible pensar que María Santísima dejara a Cristo en el sepulcro y se fuera, si hubiera advertido en Él la más mínima esperanza de vida? Cuando María Santísima, José de Arimatea y Nicodemo dejan a Cristo en la tumba y se van, es porque estaban seguros de que estaba muerto. Porque si hubieran observado la más mínima esperanza de recuperación, ¿iban a dejarlo en la tumba y marcharse? María Santísima, José de Arimatea, Nicodemo y San Juan estaban seguros de que Cristo estaba muerto. Por eso lo dejaron en la tumba y se fueron. Y después de la fiesta volverían las mujeres a terminar de hacer todas las ceremonias de la sepultura. En opinión de los verdugos, en opinión de las autoridades, en opinión de los enemigos y en opinión de los amigos, Cristo estaba totalmente muerto en la cruz.

¿Por qué es importante que Jesús muriese de verdad? La muerte de Jesús en la cruz tiene connotaciones trascendentales para nuestra fe: Si Jesús murió de verdad, entonces es hombre de verdad y sufrió de verdad y su murió de  verdad, entonces resucitó de verdad. Porque si no ha muerto Jesús entonces no puede haber resurrección, solo si Jesús murió entonces resucitó. Y Jesús si resucitó. Por tanto se comprueba que todo lo que dijo Jesús es verdadero: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).