Capítulo IX (VIDA
PRIMERA DE TOMAS DE CELANO)
Cómo, cambiado el
vestido, repara la iglesia de Santa María de la Porciúncula, y, oído el evangelio,
deja todas las cosas y se confecciona el hábito para sí y sus hermanos
21. Entre tanto, el santo de Dios, cambiado su vestido
exterior y restaurada la iglesia ya mencionada, marchó a otro lugar próximo a
la ciudad de Asís; allí puso mano a la reedificación de otra iglesia muy
deteriorada y semiderruida (38); de esta forma continuó en el empeño de sus
principios hasta que dio cima a todo.
De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía
una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen Madre de Dios (39), construida
en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin que nadie se cuidara de ella. Al
contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le
hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse
allí mismo.
Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en
el tercer año de su conversión. En este período de su vida vestía un hábito
como de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los
pies calzados.
22. Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio (Lc
10,1-12.17-20) que narra cómo el Señor había enviado a sus discípulos a
predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las
palabras evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le
explicase el evangelio. Como el sacerdote le fuese explicando todo
ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos de Cristo no debían poseer ni
oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan,
ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y
la penitencia (40), al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del
Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo
que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica».
Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo
Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación
alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el
calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se
pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica
en forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara
muy áspera, para crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara,
en fin, pobrísima y burda, tal que el mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo
demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y
con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que,
confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin
tardanza (41).
LA TAU, CRUZ DEL
POBRE DE ASIS
La Tau «T» es la última letra del alfabeto hebreo.
Decimonona letra del alfabeto griego, que corresponde a la que en el nuestro se
llama «te». Pero es también una señal o signo, todo un símbolo.
San Francisco profesaba una profunda devoción al signo Tau,
del que habla expresamente el profeta Ezequiel (9,3-6) y al que se refiere
implícitamente el Apocalipsis (7,2-4). Con ella firmaba cartas y marcaba
paredes, y sanaba heridas y enfermedades. En el ánimo de Francisco pudieron
influir el discurso con que Inocencio III abrió el Concilio IV de Letrán, la
cruz en forma de tau que llevaban los monjes antonianos sobre el escapulario,
la liturgia y el arte sagrado, etc. Para el Santo, la Tau, como la cruz
cristiana, era signo de conversión y de penitencia, de elección y de protección
por parte de Dios, de redención y de salvación en Cristo.
Desde hace algunos decenios, se ha revalorizado el uso de la
Tau en la familia franciscana; se la ve frecuentemente en libros, revistas,
cuadros, etc., y la llevan sobre sí, como signo distintivo, muchos hermanos y
hermanas tanto de la Primera como de la Tercera Orden, sea ésta religiosa o
seglar. Para profundizar en su significado recogemos algunos textos:
Tratado de los milagros, de Celano: «La señal de la Tau le
era preferida sobre toda otra señal; con ella sellaba Francisco las cartas y
marcaba las paredes de las pequeñas celdas» (3 Cel 3).
Leyenda Mayor, de S. Buenaventura: «El hermano Pacífico...
mereció ver de nuevo en la frente de Francisco una gran Tau, que, adornada con
variedad de colores, embellecía su rostro con admirable encanto. Se ha de notar
que el Santo veneraba con gran afecto dicho signo: lo encomiaba frecuentemente
en sus palabras y lo trazaba con su propia mano al pie de las breves cartas que
escribía, como si todo su cuidado se cifrara en grabar el signo tau -según el
dicho profético- sobre las frentes de los hombres que gimen y se duelen (Ez
9,4), convertidos de veras a Cristo Jesús» (LM 4,9).
Cf. 2 Cel 106; 3 Cel 3 y 159; LM Pról 2; LM Milagros 10, 6 y
7; Lm 2,9; Ll 2.
Ezequiel 9,3-6: «Yahvéh llamó entonces al hombre vestido de
lino que tenía la cartera de escribano a la cintura, y le dijo: "Recorre
la ciudad, Jerusalén, y marca una tau en la frente de los hombres que gimen y
lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella". Y a los otros
oí que les dijo: "Recorred la ciudad detrás de él y herid. No tengáis
piedad, no perdonéis; matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres hasta
que no quede uno. Pero no toquéis a quien lleve la tau en la frente. Empezad
por mi santuario"».
Apocalipsis 7,2-4: «Luego vi a otro ángel que subía del
Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro
ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar:
"No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que
marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios". Y oí el
número de los marcados con el sello: 144.000 sellados, de todas las tribus de
los hijos de Israel» (Cf. Ap 9,4).
Inocencio III en el Concilio IV de Letrán el año 1215:
Después de describir la triste situación de los Santos Lugares hollados por los
Sarracenos, el Pontífice lamentó los escándalos que desacreditaban el rebaño de
Cristo y lo amenazó con los divinos castigos si no se enmendaba. Evocó la
famosa visión de Ezequiel, cuando Yahvéh, agotada la paciencia, exclama con voz
poderosa: «"Acercaos, vosotros que veláis sobre la ciudad; acercaos con el
instrumento de exterminio en vuestras manos". Y he aquí que seis hombres
llegaron con sendos azotes en sus manos. Entre ellos estaba un varón vestido de
lino, con recado de escribir a la cintura. Y díjole Yahvéh: "Recorre
Jerusalén, y señala con una TAU las frentes de los justos que se encuentren en
ella". Y dijo a los otros cinco: "Recorred la ciudad tras él, y
exterminad sin piedad a cuantos encontréis; mas no toquéis a ninguno que esté
señalado con la TAU". "¿Quiénes son -continuó el Papa- los seis
varones encargados de la venganza divina? Ésos sois vosotros, Padres
conciliares, que, valiéndoos de todas las armas que tenéis a mano:
excomuniones, destituciones, suspensiones y entredichos, habéis de castigar
implacablemente a cuantos no estén señalados con la TAU propiciatoria y se
obstinen en deshonrar la Cristiandad».- «En su discurso de Letrán, Inocencio
III había señalado con el signo Tau a tres clases de predestinados: los que se
alistaren en la cruzada; aquéllos que, impedidos de cruzarse, lucharen contra
la herejía; finalmente, los pecadores que de veras se empeñaren en reformar su
vida» (O. Englebert, Vida de S. Francisco de Asís. Santiago de Chile 1973, pp.
226 y 238).
El signo «tau» en la Biblia
En medio del nombre de fray León, entre la «e» y la «o» se
encuentra el trazo vertical de la letra tau, cuyas líneas transversales son más
cortas y finas.
El signo tau, poco conocido en la actualidad, es de origen
bíblico. En Ezequiel 9,3-4 Yahvéh le dice «al hombre vestido de lino que tenía
la cartera de escriba en la cintura» que marque con una taw la frente de los
hombres que gimen y lloran por todas las prácticas abominables que se cometen
en Jerusalén. En hebreo antiguo la taw tenía forma de cruz, a la manera de
nuestra «T» mayúscula. Era la última letra del alfabeto hebreo, y quienes no
sabían escribir la usaban como firma (cf. Job 31,35). También era una señal
protectora, como la «señal de Caín» (cf. Gén 4,15) y la sangre con que los
israelitas untaron las jambas de sus puertas la noche de la liberación de
Egipto (Ex 12,7).
El sentido vétero-testamentario de la letra hebrea taw pasó
en el Nuevo Testamento a la letra griega tau. San Juan tiene una visión en la
que escucha el mandato dado a los cuatro ángeles: «No causéis daño ni a la
tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente
de los siervos de nuestro Dios». Los marcados con el sello fueron 144.000, de
todas las tribus de Israel (Ap 7,2-8). Sólo podían dañar «a los hombres que no
llevaran en la frente el sello de Dios» (Ap 9,4). Aquí no se cita expresamente
la tau ni la cruz, pero se las da por supuestas. En todo caso, siempre se
entendió este pasaje relacionado con el de Ez 9. Los Padres de la Iglesia
vieron en el signo tau con que fueron marcados los salvados una imagen de la
cruz, signo de salvación. En esta línea de la tradición, san Buenaventura
interpreta a la luz de Ez 9,4 y de Ap 7,2 la predilección de Francisco por la
tau. Echando una mirada retrospectiva a la vida de Francisco, considera que su
misión fue la de «llamar a los hombres al llanto y luto, a raparse y ceñirse de
saco y a grabar en la frente de los que gimen y se duelen el signo tau, como
expresión de la cruz de la penitencia y del hábito conformado a la misma cruz»
(LM Pról 2b; cf. LM 4,9; Milagros 10,6-7).
La tradición de la
«tau» en tiempo de san Francisco
En esta devoción Francisco estuvo más influido por la
tradición contemporánea que por la Sagrada Escritura. El simbolismo de la tau
estaba de moda en su tiempo. Durante la inauguración del Concilio IV de Letrán
(1215), el papa Inocencio III predicó sobre Ezequiel 9 y llamó a todos los
cristianos a hacer penitencia bajo el signo de la tau, signo de conversión y señal
de la cruz.
Los antonianos, que se dedicaban sobre todo a la atención de
los contagiados por la peste, llevaban en el hábito la cruz antoniana, en forma
de tau.
Como posibles fuentes pictóricas de la veneración de la tau
hay que tener en cuenta sobre todo las ilustraciones de libros, especialmente
las pinturas del canon. Se llama «pintura del canon» la página del misal en la
que estaba pintado y adornado con una cruz el principio del canon latino: «Te
igitur, clementissime Pater...» La «T» del «Te igitur» se convirtió con
frecuencia en una cruz grande y polícroma, cuyo madero vertical se unía con el
travesaño al igual que la «T» mayúscula, o subía hasta más arriba formando una
cruz latina. Este segundo caso podemos verlo en el misal de San Nicolás, que
Francisco, Bernardo y Pedro Cattani consultaron por tres veces, deseosos de
conocer lo que Dios quería de ellos (cf. TC 28-29).
La «tau» trazada por
Francisco
La taw hebrea, o la tau griega, estaban por tanto de moda.
Para Francisco era, igual que la cruz, el signo de la salvación y de la
redención. Y así como la salvación se llevó a cabo mediante la cruz, con
sufrimientos y dolores, así también el discípulo de Jesús está llamado a seguir
el camino de la cruz. De acuerdo con la llamada del Papa al inicio del
Concilio, la tau fue para Francisco un signo especial de renovación y
penitencia, que empleó en distintas circunstancias. «La señal de la tau le era
preferida sobre toda otra señal; con ella sellaba las cartas y marcaba las
paredes de las pequeñas celdas» (3 Cel 3).
Quien visite Fonte Colombo, el «Sinaí franciscano», podrá
observar en la capilla de la Magdalena, a la izquierda del altar, una tau
pintada en rojo en el intradós de la ventana. Con buenas razones, la tradición
atribuye esta pintura a san Francisco. La terminación gruesa de los extremos
del travesaño es una muestra de cómo se escribía a principios del siglo XIII.
La tau tiene en ese lugar un significado muy apropiado, pues está indicando que
Magdalena es la penitente.
Las taus iniciales de las «pinturas del canon» nos hablan
claramente de la vinculación de la obra de la redención con la eucaristía. De
esta vinculación, así como de la reforma eucarística deseada por Francisco, nos
habla también la tau colocada por él como firma de la primera Carta a los Clérigos,
que puede verse en el Misal de Subíaco. Por ello las ediciones de los escritos
de Francisco deberían reproducir la tau al final de la 1CtaCle, como hacen al
reproducir la BenL.
Esa manera de actuar de Francisco en las dos ocasiones
citadas no es nada extraordinario; ya había actuado así antes. La tau es un
signo preferido desde antes de dedicarle el pergamino a fray León. Precisamente
por ello puede fray León entender la tau en el sentido en que la entiende
Francisco y tener en gran estima, como un autógrafo, el pergamino que contiene
la bendición. Lleva la letra manuscrita e inconfundible de Francisco.
La cabeza debajo de
la «tau»
El dibujo que aparece en ese pergamino debajo de la tau no
tiene un significado tan unívoco como ésta. El madero vertical de la tau parece
salir de la boca abierta de una cabeza humana; es decir, la cruz brota como de
la boca, lo cual podría ser una alusión a la proclamación de la conversión y de
la cruz. Los contornos imprecisos del dibujo han dado pie a muchas interpretaciones,
no siempre acertadas. Vale la pena tomar en serio dos de ellas, que son las que
prevalecen hoy en día: una considera que el dibujo es la calavera de Adán; la
otra afirma que es la cabeza de fray León.
La Legenda aurea, compilada por el dominico Jacobo de
Vorágine († 1298), transmite, entre otras, la siguiente leyenda, conocida desde
la alta Edad Media y llena de profundo significado: la cruz de Cristo fue hecha
con madera del mismo árbol en el que pecó Adán, y fue levantada en el mismo
lugar en que se hallaba el sepulcro de Adán. Mediante la sangre que brotó de la
cruz fue redimido Adán y, con él, todo el género humano. Esta interpretación de
la relación entre la redención y el pecado original, teológicamente
irreprochable, podemos encontrarla también en el arte. Desde el siglo VI el
arte representa el tema de «Adán bajo el Gólgota». En la catedral de Espoleto
puede verse un crucifijo pintado en 1180 que reproduce la siguiente escena: en
el lado derecho e izquierdo del Crucificado están de pie María y Juan; bajo los
pies de Cristo está pintada la calavera de Adán; la sangre que brota de las
llagas de los pies de Jesús se derrama sobre la cabeza de Adán.
Si Francisco no había oído hablar de esta leyenda de la
cruz, es bien probable que la conociera -hombre de aguda vista como fue-
gracias a las obras de arte. Por eso lo más probable es que lo que dibuje
debajo de la tau sea la calavera de Adán. Quería así, con su dibujo más bien
insinuado que claro, manifestar que toda la descendencia de Adán había sido
redimida por Jesucristo, el segundo Adán. «También tú, hermano León -le dice-,
eres uno de los redimidos».
El dibujo puede entenderse, así mismo, como una reproducción
de la cabeza de fray León. Y esto sería exactamente igual de significativo,
pues es a él personalmente a quien Francisco bendice. Refiriéndose a Ez 9 y Ap
7, Francisco entiende la tau como el sello de los elegidos. Quien vive en esta
vida bajo el signo de la conversión (tau), está marcado, ya desde ahora, en
calidad de siervo de Dios, con el sello de los salvados (tau). Francisco quería
consolar al atribulado León, asegurándole: «El sello de la cruz está marcado
sobre tu frente, pues formas parte de los auténticos convertidos y, por tanto,
de los que serán salvados».
Estas dos interpretaciones pueden armonizarse entre ellas.
No se excluyen, sino que se complementan. Puesto que la humanidad ha sido
redimida por Cristo, también León ha sido redimido. Es un pecador, como Adán,
pero lo limpia la sangre del Redentor. Es uno de los «varones penitentes de la
ciudad de Asís» (TC 37c) y, como Francisco, vive bajo el signo de la tau, de la
conversión y de la redención, de la solidaridad y la oración en común.
Bendiciendo personalmente a fray León y trazando sobre él el signo de la cruz,
le expresa y le entrega la fuerza salvadora que brota de ese signo de
salvación.
Tal como fray León interpretó el dibujo de debajo de la
bendición, las palabras y los hechos de Francisco fueron para él un signo de
consuelo. Y lo son también para nosotros. Aunque no llevemos grabadas
visiblemente las llagas del Crucificado, como Francisco, sí las llevamos
internamente. A todo aquel que se deja herir en nombre de Cristo y carga con su
cruz, Francisco le dice lo mismo que le dijo a fray León: «También tú estás
marcado con la cruz de Cristo y, por tanto, bendecido. Eres propiedad de Dios y
estás bajo su protección».
Así, todos los que procuran seguir a Cristo en las
dificultades de la vida, pueden percibir cómo la bendición de san Francisco va
también dirigida a ellos y cómo los marca con la tau. Y cada uno y cada una
puede considerar: «Esta tau es la cruz, el signo de Jesucristo, el Cordero
sacrificado. Mediante su cruz he sido salvado también yo. Puedo contarme entre
los que han sido marcados con ella.
LA BENDICIÓN DE SAN
FRANCISCO DE ASÍS
El pergamino de 14 por 10 centímetros que Francisco le
regaló a fray León, está escrito por las dos caras. En el reverso de las
Alabanzas de Dios se encuentra la siguiente bendición: «El Señor te bendiga y
te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro a ti
y te dé la paz. El Señor te bendiga, fray León».
Debajo de esta bendición de Francisco, fray León añadió en
tinta roja las siguientes palabras: «El bienaventurado Francisco escribió de su
propia mano esta bendición a mí, fray León». Y más abajo añade: «De manera
semejante hizo de su propia mano este signo Tau, y la cabeza».
El texto de la Bendición a fray León (Ben L) escrita por
Francisco reproduce casi al pie de la letra la bendición de Aarón, del libro de
los Números (Núm 6,24-26). Lo que Francisco añadió al texto bíblico-litúrgico
fueron unas pocas palabras, pero muy importantes, por ser suyas propias: «¡El
Señor te bendiga, fray León!» Francisco expresa con toda sencillez su deseo de
bendición al atormentado compañero.
Dios dijo también a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos: Así
bendecirán a los hijos de Israel. Dirán: ¡Dios te bendiga y te guarde! Dios
haga resplandecer su rostro sobre ti y te mire con buenos ojos! ¡Dios vuelva
hacia ti su rostro y te dé la paz.» (Num 6,24-26).